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miércoles, 20 de marzo de 2013

Veleidades y narcisismos de la clase media.

Veleidades y narcisismos de la clase media.

La clase media mexicana.

Nací en el seno de una familia de clase media mexicana, que posee una casa unifamiliar de dos pisos en una colonia que puede ser considerada dentro de esa clase. Una familia católica con un pater familia de profesión liberal y una madre que terminó siendo ama de casa. Con vecinos que permitieron que sus hijos tuvieran la oportunidad de estudiar con alguna comodidad una profesión en una universidad pública. Todos con automóviles y el estándar de aparatos electrodomésticos, sin ser ricos, pero con una posición económica desahogada.

La mayoría de las familias fueron católicas y acudían a la parroquia de la colonia donde confluían todos y en este edificio de color blanco se celebraban todos los rituales de paso como bautizos, matrimonios, fiestas de guardar y domingos a los que asistían todas la familias que se consideraban de bien.

La clase media mexicana es una eterna preocupada por el estatus y dicho estatus se da en la comparación de la riqueza del vecino de al lado. El tamaño de tu casa, el coche de tu Papá, el esterofónico que tienes y lo que te dan para gastar. El reloj que te compraron en tu cumpleaños y el lugar al que fuiste de vacaciones en el reciente verano. La vida estaba trazada con claridad. Una profesión, el matrimonio, una familia y una casa particular con coche a la puerta. Eso era lo que significaba la realización de una vida de exito de una persona de bien.

Porcelana Meissen
Sin embargo, aunque considero que la mayoría de las personas con las que me relacioné son personas de bien, admiro la lealtad de mis vecinos, el cariño con el que me acogian cuando mis padres no estaban en casa y se me había olvidado la llave, cuando la mamá de mis vecinos me decía "no esperes" y me preguntaba si ya había desauyunado y me sentaba a hacerlo con sus hijos, mis vecinos también. Una lealtad a todos prueba que siempre duró mientras mis padres tenían vida.

También como el mundo de la clase media es un mundo endémico. Piensan que tienen los mejores niveles de bienestar, porque no tienen la dimensión de quiénes son ricos verdaderamente y no calibran la dimensión de la riqueza. Por eso se ufanan de la riqueza propia y la comparan con la riqueza del de a lado. Recuerdo que mi padre guardaba celosamente una tacita de porcelana Meissen la que presumía a sus visitas. Cuando el embajador de México en la RDA, con el que había convivido el la feria de Lepzig le mostró un tocador hecho de porcelana Meissen y que regalaría a su hija, la tacita de mi Papá dejó de tener el interés que hasta ese momento había mostrado.

Esta cultura la veo de vez en vez, cuando mis amigos comienzan preguntándote donde vives y echando una ojeada a tu coche. Comparar que tienes es el signo de autoafirmación, una auto afirmación exagerada si vemos los gastos y los bienes de la gente que realmente tiene dinero. Esto es lo que se denominan las aspiraciones pequeño burguesas de sectores medios que jamás serán ricos, pero que aspiran a tener una alcurnia y un estatus que no tienen, porque la sociedad burguesa a la que aspiran, los ha colocado siempre como segundones. Aspiran a ser burgueses cuando en realidad jamás rebazarán la pequeña burguesía.

Un complejo de inferioridad.

Uno de los deportes favoritos de los clasemedieros es el ocultamiento, que es la forma como muchos de ellos entienden la vida privada. Mientras menos se enteren de mi situación real y mientras más yo pueda aparentar, mantengo el caché y el estatus. Así que ocultar las miserias propias es un símbolo de dignidad personal, mientras el mundo piensa lo que no soy.

Recientemente un pariente me contestó ante un ¿Cómo estas? Un yo perfectamente, me ha ido de maravilla, he conseguido todo lo que he querido en la vida, gracias a Dios. Hasta allí, normal, todo bien, pero después brotó el resentimiento. ¿Te acuerdas cuando dijiste que era un burgués? ¿Cómo me pudiste decir esto? La verdad me citaba un suceso del que ya no me acordaba y que regresó a acordarme no sin esfuerzo pues fue algo que ocurrió hace 35 años. ¿Por qué le dolió a esta personas que le haya dicho burgués, si en el fondo, como clase mediero aspira a serlo?

Primero de mayo
La sentencia de hace 35 años no fue una expresión irracional, sino la respuesta a un acto autoritario e intolerante de su parte. Hace 35 años, un primero de mayo, estamos hablando de 1978, un grupo de compañeros y un servidor volanteamos en zonas obreras al norte de la Ciudad. Una jornada que comenzó a las 5 de la mañana y que hacia la tarde había hecho un alto. El volante rememoraba el primero de mayo, día internacional de la clase obrera y llamaba a la defensa de revindicaciones económicas para los trabajadores en general. Ya en el sur de la Ciudad mi casa era la más cercana y en un alto, me pidieron guardar un sobrante de 3,500 volantes para culminar la jornada del día siguiente. Así que guardados en bolsas de lona, los metí en la casa para guardarlos tan solo ese día. No era un volante de la guerrilla, no llamaba a la insurrección, no era peligroso, simplemente llamaba a luchar por las reivindicciones obreras el primero de mayo, nada fuera de lo normal.

Ese pariente que se encontraba de visita en casa, me vio entrar con uno de los compañeros y meter las mochilas de lona, cuando bajé y me fui, le calentó la cabeza a mi madre. Ambos fueron a mi recámara y esculcaron mis cosas hasta que encontraron los tres mil volantes y olímpicamente, sin ser de ellos, los confiscaron sin el menor respeto por las convicciones de los demás. Es obvio que al día siguiente, cuando regresé y vi saqueada mi recamara  le pregunté a mi madre, ¿dónde estaban las mochilas de lona? Entonces salió este pariente con su cara de estúpido a darme sentencias morales sobre la seguridad de la casa y mi propia seguridad. 

No era mi padre, ni tampoco mi madre, era un estúpido que no tenía el más mínimo derecho a hacerlo y lo peor es que me echaba rollos sobre Dios, la familia y la moral. Y entonces le dije, sí eres un burgués. Un burgués porque en ese momento parecía policía y estaba más preocupado por defender el orden capitalista que justificaba por mi supuesta seguridad. Lo peor era que se erigía y siempre lo ha hecho como un católico moral, escudo en el que se oculta para justificar su intolerancia y su estupidez. Una moralidad que por cierto no lleva en su propia vida personal que es muy cuestionable.

Es evidente que esto constituye una forma de violencia, el eres un burgués fue una respuesta civilizada para no tener que romperle la boca, que era lo que se merecía. Se robó con violencia 3,500 volantes que no le pertenecían, justificó su acción en la supuesta seguridad de la casa y su falta de derecho de hacerlo en el aval de mi madre. Como no le rompería la boca, porque esto era lo que se merecía, preferí decirle lo que era, un defensor del orden establecido al que nadie se lo había pedido. Me di la media vuelta y me fui.

No voy a relatar la clase de fichita que fue esa persona, porque no estoy resentido. Es más, se me había olvidado este incidente de hace más de 35 años  hasta que él volvió a sacarlo. Recuerdo como es totalmente incongruente con los principios católicos que pretende defender. Yo lo había olvidado, porque lo había perdonado. Un perdón que en el catolicismo consiste en el arrepentimiento, la convicción de no volverlo a repetir, olvidarlo y avanzar en tratar con indulgencia al ofensor. Para mi era una cosa del pasado, tan del pasado que lo había olvidado. Pero lo que me encuentro a menudo es con la incongruencia de los católicos que no sólo guardan resentimientos, sino que moralizan a aquellos que no pertenecemos a su religión.