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domingo, 3 de abril de 2011

Un lugar, un objeto y una estructura escriturística.

Han pasado aproximadamente 20 años, desde que el padre Moctezuma invitó a Michel De Certeau a la Universidad Iberoamericana y se tradujo el libro La escritura de la historia. Un texto que impactó especialmente el quehacer historiográfico en nuestro país.

Especialmente el capítulo "La operación historiográfica" en el que De Certeau pantea en una especie de paráfrasis de la segunda tesis sobre Feuerbach, de Karl Marx, que el quehacer historiográfico es una producción en la que existe un lugar de producción, un objeto referenciado y una estructura escriturística.

El lugar de producción es como una especie de tinta indeleble, dónde el autor de una obra historiográfica adquiere las destrezas  y las técnicas necesarias para ser considerado por sus pares como científico, son sus pares los que le otorgan al autor el estatus de ciencia necesario para ser considerado como igual. De Certeau se refiere a la Institución como formadora de historiadores en el oficio.

Esa producción se retoma de vestigios, documentos, elementos cuyo lenguaje pertenecen a una época y que son retomados por el historiador para recosntruir lo que sucedió en base a una nueva narración y la construcción de un nuevo lenguaje. El hecho, el objeto traducido parecen ser una estructura que es referida y tomada por el estudioso, para elaborar un nuevo discurso, una especie de diálogo con los muertos que crea vida a través de la producción de un nuevo discurso.

Así se establece que la palabra historia es un oximorón, por una parte refiere lo real, es lo real en cuanto a devenir de sucesos, pero es reinterpretado para formular un nuevo discurso. Un nuevo λóγος que desde el presente, refiere el pasado. Historia es entonces la historia acontecida, lo real pasado y su discurso, el libro de historia.

La elaboración del libro de historia, de este λóγος esta enmarcado en una estructura escriturística, es decir desde un modo procedimental marcado por el Lugar o la Institución desde dónde se escribe y desde un transfondo teleológico que en el caso de De Certeau es el psicoanálisis estructuralista, es decir lacaneano.

El ser humano proyecta desde estructuras que se encuentran por encima de él, que no controla, crea involuntariamente, para ceñirse a ellas como un marco general que determinan su quehacer histórico, muy por encima de su voluntad. Su volountad quizás se expresa en su producción subjetiva, crea el referente de lo real sobre la base de su propia creación subjetiva.

Este es en sí mismo un valor, que subraya que la producción discursiva no esta desprovista de creaciones culturales del propio presente del autor. El discurso del autor señala más su presente, su condición social que incluso su pasado. Toma el pasado pero lo recrea en el presente. La recuperación del sujeto que escribe la historia, es quizás un elemento positivo que se indujo en el pensamiento posmoderno. Pero dicha recuperación del sujeto se redujo a la creación discursiva, entendiendo el λóγος como una estructura meramente textual, discursiva, subjetiva. Al decir que el historiador sólo escribe un libro de historia De Certeau, abandonó la riqueza de la noción praxis, que desde Hegel pasó por Marx y más tarde siguió sosteniendo Hans Georg Gadamer cuando propone su hermeneútica.

Para Marx, como quiso recuperar De Certeau, la producción histórica es una producción humana, una praxis. En su célebre segunda tesis sobre Feuerbach Marx critica al materialismo vulgar por entender la relación sujeto objeto como la entiende De Certeau, es decir de manera contemplativa o sensible. El historiador en este noción no sólo contempla el objeto, para sacar de él nociones subjetivas, desarrolla una actividad material que le permite aproximarse a él. Marx critica al idealismo reconociéndole al mismo tiempo que recupera la parte activa de la relación, es decir que es el historiador, como sujeto, el que piensa el objeto y trata de desentrañarlo para incidir en él. Desarrolla en torno a él una praxis científica que le posibilita acercarse cada vez más a él. Construye el objeto, pero no de manera meramente subjetiva, sino también como una objetividad que le responde. Cuando el historiador comprende la historia como Objeto II, es decir como Gegestand, construye no sólo un discurso, un conjunto de palabras gramaticalmente determinadas, sino una comprensión del objeto y también una base de conocimientos en torno a él. Por ello, sabemos hoy más de la Edad Media de lo que sabíamos hace 50 años, porque nuestros conocimientos producen una base que colectivamente nos permiten acercarnos más.

λóγος no sólo son enunciados gramaticales, son también conocimientos en torno al pasado que atraviesan ciertamente por la interpretación, pero que deben avanzar hacia la comprensión de los comportamientos de humanos en el pasado. Ciertamente, De Certeau tiene razón cuando indica que esos comportamientos son una alteridad, pero esa alteridad no es tampoco incomprensible y hermética al 100 %, avanzar hacia la comprensión es la labor básica de los historiadores. Los comportamientos pasados no sólo son enunciados gramticales, contienen un funcionamiento social, una pragmática de la acción en los términos enunciados por Wittigstein y retomados más adelante por Habermas cuando al enunciar su teoría de la acción comunicativa hizo referencia al mundo de la vida, como un elemento necesario en dicha acción.

Reconstruir un hecho pasado, único e irrepetible como es una ley histórica básica, no atraviesa por la mera construcción de una narración, sino por la correcta interpretación y el avance hacia la comprensión. En este terreno, ha sido Hans Georg Gadamer un autor cuya obra es fundamental en las ciencias humanas, incluyendo entre ellas a la historia.

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