El barrio popular, la gente de escasos recursos, su comuniatriedad y su necesidad de sobrevivencia. Si se ha hablado de los yuppies, es justo hablar de la gente pobre con la que he convivido en la Ciudad de México. Un servidor no proviene de las clases bajas, sino de las clases medias de la ciudad.
Desde niño descubrí a otros niños que pertenecían a las clases bajas, con uniformes luídos de tercera generación, descoloridos por el uso y el lavado, no limpios porque quizás en su casa no había agua corriente y muy probablemente trabajaban porque asistían al turno vespertino. Existen dos tipos de gente de clases bajas, los hijos de obreros y campesinos y los que de alguna forma se ganaban ya desde entonces la vida en el desempleo de la ciudad. La gente de barrio, el muchacho de las esquinas que se reune en grupo.
A pesar de mi aspecto, no soy persona que se vea de clase baja, en mi adolescencia logré empatar con chavos de mi edad que pertenecía a las clases bajas. El trabajo popular, en el barrio de la Candelaria y luego en Santo Domingo hizo que me pudiera incorporar con chicos trabajadores en labores de organización y tejido de redes sociales.
La religiosidad en las clases bajas esta presente, frente a una vida muy dura, cualquiera se dobla a suplicar a Dios por su suerte y solventar sus carencias. Los salarios son bajos, la vida frugal y la escacés son la regla. A los niños de escasos recursos se les pretendía educar con mucha violencia. Los castigos que tenían ellos, hacían palidecer cualquier severa reprimenda de mis padres. Y sin embargo el muchacho pobre de la Ciudad es muy creativo. Recuerdo a uno de ellos inventando como sacar recursos para comprar una pelota y tener para refrescos. Fuímos a unos edificios cercanos y les pedimos a los habitantes nos regalaran periodico. En una mañana juntamos varios alteros que luego el llevó a un estanquillo cercano y se los vendió al dueño de origen español. Con eso compramos una pelota de plástico y nos disparó a cada uno refrescos con los que saciamos nuestra sed al final del juego de futbol. Este muchacho al que le decían el Pichos, se hizo mi amigo. Un Huckleberry Finn en la Ciudad de México, con fuertes problemas familiaes pero con una creatividad propia de quién sobrevive en el barrio. Yo creí que eras de esos niños sangrones que sobreprotege su Mamá, me dijo, rectificando la idea que mi aspecto de niño daba la impresión, pero eso era una rectificación porque me brindaba su amistad y me daba la bienvenida a la pandilla, yo tendré un aspecto no muy popular, pero en mi vida he sido entrón, no que no me de miedo, simplemente he aprendido a no echárme para atrás.
Y es que no siempre mis vivencias en este medio fueron tranquilas, entre ellos había quién me rechazaba y a quién no le caía bien, las trompadas y las patadas, el pleíto ha sido siempre en el barrio la forma de dirimir diferencias. Lo aprendí desde muy niño y lo reafirmé en la adolescencia. Fue quizás en este momento que aprendí este sentimiento que enuncia John Reed en la Guerra en Paterson. A pesar de que mi familia no carecía de alimentos, recursos y que no tenía problemas para mi educación, los niños que estaban a mi alrededor carecían de todos. Yo jamás me he sentido satisfecho por yo tener ls indispensable, cuando veo que los demás no lo tienen, ver la pobreza es algo a lo que jamás me ha hecho indiferente. Esta metafísica marcó toda mi vida y sigue definiéndome.
También logré definir muy a tiempo la frontera entre la honradez y el trabajo del camino fácil del robo y la delincuencia. Entre la gente de escasos recursos existe esta frontera. Recolectar periódico y venderlo es una actividad honrada, sustraer cosas que no nos pertenecen, no. Es la diferencia entre quién se convierte en trabajador y quién no trabaja.
Pero tampoco es un asunto claramente moral. Una gente que sustrae porque busca sobrevivir, no es el mismo que una persona que roba como modus vivendi. Hay trabajadores y hay lúmpenes que se convierten en ladrones. Aún en el medio académico, los lúmepenes que escalan no dejan de tener un discurso torcido no claro. No es lo mismo tener un sentido claramente comunitario, de tener un sentido robar como modus vivendi. Y no es claramente moral porque entender a quién sustrae pasa por la pregunta ¿usted alguna vez a dejado de comer por muchos días?
La gente que no tuvo oportunidad más que de alfabetizarse, hacer cuentas, es gente que ha sido colocada de manera muy sencilla entre los oficios y las profesiones de las clases pobres de nuestro país. Sentarse con ellos, convivir, entender sus pensamientos, solidarizarse, es reconocer que los seres humanos tenemos muchas vías para hacer nuestras vidas. La experiencia de los trabajadores ha sido de las mayores riquezas que he gozado en mi vida.
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